NO ME HABLES DE POLÍTICA
"A mí la política no me interesa" o "todos
los políticos son iguales". Dos comentarios que se repiten
y que resumen hoy día la actitud de muchas personas ante la actividad
política. El concepto popular que se tiene de los políticos es el de
profesionales del poder que dicen lo que se quiere oír, pero que difícilmente
cumplen lo que prometen. No es de extrañar que incluso en países que
pasan por tener una democracia altamente desarrollada, como Suiza, el
índice de abstención en muchos referendums sobrepase el 60 por ciento.
Y es que desde hace años, el ciudadano medio parece experimentar ante
la política una especie de desengaño amoroso. Una de las reacciones
más generalizadas consiste en refugiarse en la vida privada o en la
satisfacción inmediata de necesidades y deseos tangibles. Paradójicamente,
"la política" ocupa hoy día un espacio cada vez mayor en los
medios de comunicación. Da la impresión de que casi todo lo que ocurre
tiene carácter político -o deportivo- y de que el resto de la vida sólo
existe como telón de fondo. Declaraciones y acuerdos de alto nivel,
viajes oficiales, acusaciones y polémicas bizantinas, o decisiones absolutamente
efímeras se apropian de las portadas de los diarios y de las aperturas
de los telediarios. Es como si el ámbito de lo público, para justificar
su propia existencia, tuviera que invadir continuamente el espacio privado
de los ciudadanos, que se defienden con la indiferencia o el desprecio. Esta actitud no es nueva bajo el sol. Ya en el siglo IV antes de Cristo, los taoístas consideraban que el equilibrio interior y la felicidad exigían el alejamiento de las actividades políticas. En aquella época de intrigas y corrupciones, el gran filósofo Lung-shu sostenía que padecía la "extraña enfermedad de no preocuparse por las leyes, ni interesarse por la toma del poder, la caída del gobierno ni los políticos". Actualmente, esa "extraña enfermedad" parece haberse convertido en una epidemia. Pequeños saltos cuánticos Pero, en realidad, la política es en esencia algo más que la actividad encaminada a la toma y a la conservación del poder. Como afirma Javier Roiz, catedrático de Ciencia política de la Universidad estadounidense de San Luis, la política "supone un esfuerzo consciente y voluntario del ser humano para resolver racionalmente la gran cuestión de la vida en común". Al parecer, este esfuerzo les resultó razonablemente exitoso a los griegos clásicos con su democracia directa; claro que los ciudadanos libres tenían el tiempo y la energía de participar en las decisiones del "ágora" gracias a la existencia de los esclavos, que realizaban los trabajos pesados. Pero, incluso para llegar a esa democracia no igualitaria, la Humanidad necesitó muchos siglos. El nacimiento de la ciudad-Estado, 4.000 años a. de C., supuso la aparición de un megasistema que dotaba de una organización compleja a las sociedades primitivas. Los clanes aislados, unidos por lazos familiares y de sangre, fueron convirtiéndose poco a poco en conjuntos heterogéneos con bases territoriales y sociológicas más extensas. A lo
largo de la Historia, feudos, reinos, estados y naciones adquirieron
parte de su identidad en contraposición a otras entidades políticas,
frente a las que defendían territorios de fronteras móviles e intereses
comerciales cada vez más definidos. Para ello, tuvieron que perfeccionar
los principios que rigen todos los organismos pluricelulares: la jerarquía
y la especialización del trabajo. De los gobernantes hereditarios y
los mercenarios a sueldo del pasado hemos llegado en el siglo XX a los
políticos elegidos y a los ejércitos profesionales. humanos, la más Un pequeño salto, que no será el último, ya que los seres compleja "máquina" viva sobre la tierra, somos un fenómeno relativamente reciente a escala biológica, y nuestro cerebro sigue evolucionando; aún no hemos tenido tiempo de elaborar la forma superior de organización inscrita en nuestro potencial. Según el gran filósofo Edgar Morin, "correlación la cerebro-sociedad es permanente y fundamental...[pues] ¿qué es la sociedad sino una interconexión organizadora de sistemas nerviosos centrales?". Nada es, todo cambia. Desafortunadamente, hoy día esta conexión no parece ser muy fluida. Los sistemas políticos actuales están basados en principios que se van quedando obsoletos: los desafíos son cada vez más planetarios y los cambios económicos y sociales de las últimas décadas van a un ritmo de liebre, mientras que las ideas y las soluciones políticas van comparativamente a paso de tortuga.
Cada día surgen nuevas contradicciones que las ideologías tradicionales
tienen dificultad en asimilar. Por ejemplo, a los partidos políticos
basados en intereses de clase les es difícil integrar las nuevas fracturas
que surgen entre generaciones, representar al mismo tiempo a los profesionales
en paro, a los trabajadores aburguesados o a los marginales desclasados.
Más difícil les es aún asumir la defensa de la vida y del planeta frente
a los desastres ecológicos que nos amenazan indistintamente a todos.
Este es el intento de los Partidos verdes, cuya base social sigue siendo
minoritaria, tal vez porque sus propuestas resulten todavía demasiado
radicales para gran parte de la población, aunque quizá no lo parezcan
tanto dentro de unos años. Por otro
lado, muchos políticos tienen la mira puesta en sus próximas elecciones
¿Cómo podrían así hacer políticas pensadas en las generaciones futuras,
cuando ni siquiera se atreven a iniciar proyectos que no puedan ver
acabados a lo largo de su corto mandato? Mientras, el Estado contemporáneo se ha convertido en un super-yo colectivo que ha generado sus propios intereses dentro de su propia lógica. Pero la internacionalización de la economía y la concentración de los procesos de producción y consumo revelan que tiene los pies de barro. En las últimas décadas, el afianzamiento de las empresas multinacionales, cuya actividad salta fácilmente las fronteras estatales, o la proliferación de las mafias internacionales, suponen un claro reto al monopolio del poder por parte del Estado.
Los medios de comunicación, por su parte, han llegado a constituir auténticos
centros de poder capaces de fabricar políticos del día a la mañana.
Ejemplos recientes: Ross Perot en Estados Unidos y Berlusconi en Italia.
Igualmente pueden movilizar o desmovilizar en pocas semanas a una opinión
pública que cada vez tiene menos medios de analizar y digerir la avalancha
de información con la que se le bombardea a diario.
Los funcionarios de Naciones Unidas suelen bromear afirmando que ya
existen 16 miembros en el Consejo de Seguridad: los 15 institucionales,
más la cadena televisiva CNN. La guerra del golfo, por ejemplo, o el
posterior embargo a Irak, fueron legitimados ante la opinión pública
con un despliegue de imágenes masivas previamente seleccionadas para
producir el efecto deseado. Posteriormente, se llegó a saber que la
ayuda militar a Somalia sólo llegó cuando la CNN estuvo dispuesta para
rodar el desembarco. Los políticos están atentos a esa cambiante opinión pública y por ella se orientan para predecir su permanencia en el poder. José Vidal-Beneyto, secretario general de la Agencia Europea para la Cultura, critica el espacio que toman a la democracia real los partidos políticos y sus líderes cuando afirma lúcidamente que "hemos sustituido la discusión política por la ritualidad del telediario y la participación por la identificación con el líder de turno". ¿A dónde hemos llegado?
Desde la Revolución francesa con su conocido lema "Libertad,
Igualdad y Fraternidad", tal vez nos hallemos consolidando sólo
el primer objetivo. Es cierto que, desde entonces, se han hecho avances
en el campo de las libertades y de los derechos humanos, pero todavía
nos hallamos batallando por la extensión de los mismos a todos los países,
por la consolidación de los derechos de la infancia, de las mujeres,
de las minorías... Como señalan los sucesivos informes anuales de Amnistía
Internacional son más los países firmantes de Leyes y Convenios
internacionales de protección a los Derechos humanos que los que realmente
los cumplen. La Igualdad
fue el gran sueño, por el momento fracasado, tras el que lucharon los
países con regímenes socialistas. Este ideal sigue siendo uno de los
grandes retos históricos actuales: ampliar las conquistas sociales conseguidas
tras años de trabajo, esfuerzos y acuerdos, para que las libertades
puedan ejercerse en la práctica. ¿Y para
cuándo la Fraternidad? ¿Es
acaso una utopía irrealizable a gran escala? Si ampliáramos nuestra
identidad como seres humanos que viven en un territorio común llamado
Planeta tierra y enfrentados a los mismos problemas y desafíos, tal
vez podríamos avanzar para ser simultáneamente más libres, más iguales
y más fraternos. Quizá
la fraternidad esté reñida con él tradicional principio internacional
de "no ingerencia" en los asuntos internos de un país. Éste
ha permitido atrocidades como las cometidas en Uganda hace años por
Idi Amin Dada, los kmeres rojos en Camboya o, años después, la dictadura
militar birmana. También la impunidad de invasiones como las de Timor
por Indonesia, la de Tíbet por China, o la del Sáhara por Marruecos,
que el paso de los años parece legitimar. Sin embargo, cuando existen
intereses económicos claros, se buscan razones para hacer excepciones,
como en el caso de la coalición de Estados que, con aprobación de la
ONU, expulsó a Irak de Kuwait. En otros casos basta con propiciar un
golpe de Estado "interno", como hizo Estados Unidos en Chile. Desde la visión de una Humanidad global, esas son cuestiones que nos afectan a todos por igual, tengamos el pasaporte que tengamos, lo mismo que el rápido agotamiento de los recursos, la explosión demográfica, el empobrecimiento de grandes masas de la población mundial, el agujero de ozono, el avance de la desertización, o la peligrosidad de los residuos nucleares. Nacionalismos
frente a universalidad Hoy día
son necesarias medidas transnacionales para estos problemas planetarios
que superan el marco nacional. Los grandes problemas no conocen fronteras,
como el desastre ecológico del Mar de Aral, que hace 30 años era el
cuarto lago más grande del planeta y que se ha ido paulatinamente desecando.
Para abordar soluciones ha sido necesaria la cooperación de cinco Repúblicas
de Asia Central (Kazajastán, Kirguizistán, Tayikistán, Uzbekistán y
Turkmenistán), más el desbloqueo de fondos del Banco Mundial.
Es curioso que todas ellas pertenecieran a la extinta Unión Soviética.
Si echamos una ojeada a los cambios de fronteras políticas de este último
siglo, vemos un doble movimiento paradójico: por un lado, la creación
de miniEstados y la disgregación de Estados federales y, por otro, una
tendencia a crear otras entidades supraestatales, como la Unión Europea
o las grandes zonas interregionales de América Latina o del Sudeste
asiático. Lezlek
Kolakowski, politólogo polaco afincado en Oxford, afirma que "las
mismas causas que habrían de producir un ciudadano del mundo suscitan,
al mismo tiempo, tanto sentimiento de angustia y de soledad que éste
siente la necesidad de replegarse sobre el pasado, la familia, la religión
y la nación". Ante la perplejidad que produce la globalización
de la economía, la política y las costumbres, mucha gente vuelve a sus
raíces y, cuando lo hace con miedo y de forma irracional, surgen los
fundamentalismos políticos y religiosos. Es más fácil identificarse
con pequeños grupos que con grandes tragedias o proyectos, y tal vez
esto sea un vestigio de nuestra procedencia de la tribu prehistórica. En el mismo momento en que avanzamos hacia una posible autoridad mundial
con competencias exclusivas en armamentos, carrera espacial o asuntos
ecológicos, surgen las resistencias en muchos grupos sociales, que se
manifiesta en un repliegue hacia la secta, la etnia o la nación. Desgraciadamente,
toda fragmentación narcisista producen fenómenos colaterales como la
xenofobia o el caos. Los
nacionalismos radicales se revelan hoy día como síntomas de grandes
crisis y no como afloramientos de destinos colectivos. Ante la indiferencia
política siempre se puede aventar el peligro de un enemigo que aglutina
los miedos y consolida momentáneamente la unidad de los pueblos y de
los Estados. Históricamente, los bárbaros desempeñaron este papel para
el Imperio romano y los mongoles para China. Mucho más recientemente,
"Occidente" se definía frente a "la amenaza comunista"
del Este. Una vez acabada la guerra fría, se agita el islamismo integrista,
o la invasión de los emigrantes del Sur. Tal vez llegue un día, en que
no haya que magnificar al enemigo externo. Entonces, éste se convertirá
en un simple vecino cuyas diferencias podremos integrar para cooperar
en armonía. Si
la sensación de peligro siempre ha sido un elemento federador, quizá
el mito de la amenaza extraterrestre fomentada por la ciencia ficción
podría tener el efecto no deliberado de colaborar al sentimiento de
unidad. O tal vez bastase una toma de conciencia más realista de la
inmediatez del cambio climático y de la irreversibilidad de los efectos
de la destrucción masiva de los bosques tropicales. Todo esto
nos llevaría a replantear la esencia de la política desde otra perspectiva.
Su línea divisoria ya no se hallaría entre los intereses públicos y
los privados, sino entre lo personal y lo transpersonal, lo estatal
y lo transestatal. Hemos llegado a tal situación de globalización de los problemas y de sus posibles soluciones que lo que interesa a Occidente es lo mismo que lo que interesa a Oriente, lo que interesa al Norte -en esencia- es lo mismo que lo que interesa al Sur, lo que interesa a las ballenas es lo mismo que lo que interesa al ser humano: la supervivencia, la interrelación y la sinergia. La
política como servicio El poder puede ejercer una fuerte fascinación para quienes lo han probado alguna vez. Maquiavelo, que tan mala prensa tiene por haber defendido la política del éxito y de la eficacia, confesaba en una de sus cartas escritas durante su exilio en Florencia: "Durante cuatro horas, no siento fastidio alguno; me olvido de todos los contratiempos; no temo a la pobreza, ni me asusta la muerte". Entraba realmente en un estado modificado de conciencia con sólo concentrarse en los recuerdos y los proyectos políticos.
En el plano subjetivo, la actividad política puede ser un intento de
sobrepasar las limitaciones individuales, de trascender la muerte, dejando
tras sí una pequeña huella. Pero la motivación para emprender una acción
política puede ser simplemente la visión de la miseria ajena, de las
catástrofes, de las injusticias, o simplemente el deseo de hacer mejoras
en el propio pueblo en el que se ha nacido. Para
volver a ser el "animal político" del que hablaba Aristóteles,
no es necesario presentarse como candidato a unas elecciones. Basta
con tomar en mano las riendas de la totalidad de nuestra vida, parte
de la cual se desarrolla en colectividad. Participar en la política
real requiere un esfuerzo de imaginación, creer que es posible cambiar
las cosas y que no estamos regidos por fuerzas ocultas e incontrolables.
Los poderes políticos que tanto criticamos se alimentan sencillamente
del abandono de parcelas de poder por parte de una gran masa de ciudadanos
absentistas. Como afirma el sociólogo francés Alain Touraine, hoy día "los verdaderos fundadores de nuestra sociedad son los disidentes, los que afirman el derecho moral contra cualquier tipo de poder". O al menos, contra ciertas maneras de ejercerlo. En casos de injusticia extrema, se producen las revueltas populares o la desobediencia civil. En los países desarrollados, surgen grupos de pensamiento y de presión para ofrecer alternativas. El "Comité para la Reinvención de Bretton Woods", nacido en Francia, intenta dar alternativas a la anarquía financiera internacional, al tiempo que aboga por una profunda reestructuración de la ONU. En Gran Bretaña, 32 grandes grupos políticos y sociales se han unido formando la coalición "Mundo Real", con el objeto de cambiar la política del país. En una de sus declaraciones de principios afirman que "la calidad de vida es más importante que el dinero y los seres humanos no deben doblegarse a las fuerzas del mercado". Cuando
consideramos este tipo de opciones, la política deja de ser el patrimonio
exclusivo de los políticos. Pasa a convertirse entonces en un conjunto
de actividades éticas al servicio de la comunidad. Su objetivo: transformar
el mundo en que vivimos, como coetáneos de un mismo siglo y miembros
de una misma humanidad. |